La mecánica cuántica: el doble filo de su desarrollo que hoy conmemoramos


Hace unos días se cumplieron cien años del inicio de la revolución cuántica, una manera radical de entender la física, basada en observar el aparente desorden que muestran los electrones en torno al núcleo del átomo. Fue el 9 de julio de 1925, cuando el joven de 23 años Werner Karl Heisenberg le entrega una copia de su trabajo a Max Born, físico y matemático de quien es ayudante en la Universidad de Gotinga. En el citado trabajo, Heisenberg estudia el comportamiento del electrón en cada uno de sus saltos. Con la extraña belleza que trazan las leyes matemáticas, Heisenberg maneja tablas —matrices de Gotinga— donde la órbita de llegada y la de partida se representan en columnas y filas; cada salto del electrón afecta a estas dos órbitas. A partir de ahora, en lugar de predecir certezas, se predicen probabilidades. Con ello, las leyes deterministas se quedan fuera de esta nueva manera de entender la física.
Así da comienzo una nueva era científica que proyectará sus claroscuros a través de los años y que llega hasta nuestros días. Porque el doble filo que amenaza la gramática del mundo donde subyace lo impredecible, se lo debemos a la mecánica cuántica. Por un lado, gracias a sus efectos tecnológicos, conseguimos comunicarnos a través de dispositivos móviles; sin ir más lejos, podemos leer este mismo artículo en la otra cara del mundo.
Y aunque mucho de esto se lo debemos en un principio al joven Heisenberg que curioseó en la magia de los saltos del electrón, también queda añadir que la mecánica cuántica se conjugó con la química y la ingeniería para conseguir el poder destructivo de la bomba atómica. Ahí tenemos el otro lado, el filo cortante.
Con tal planteamiento, los efectos de la aplicación de esta nueva física nos llevan a asimilar la realidad de otra manera, revisando nuestra comprensión de la misma. Porque el mundo se convierte en un lugar inhóspito donde, en cualquier momento, puede tener lugar la catástrofe. Ahora se cumplen ochenta años de aquel día —6 de agosto de 1945— cuando los Estados Unidos lanzaron la bomba Little boy desde el cielo de Hiroshima.
Ahora, tras el espanto, volvamos por un momento a 1925, cuando todavía el mundo del electrón iba y venía en la dimensión inocente de unas páginas escritas de manera “descabellada”, según el propio Heisenberg en la nota al trabajo que entregó a Max Born. Tras leerlo, a Max Born le pareció tan interesante que lo envió a la revista Zeitschrift für Physik. Con ello, los mecanismos del azar se pusieron en marcha.
Ya dijimos que estamos en 1925, un año de claroscuros y morbosidades, de fantasmas y señales de humo para Europa y para el mundo. Fue el año en el que se publicó Mi Lucha, el panfleto de Hitler. También fue el año que Stalin llegó al poder y el año en el que Franco, coronel entonces, se fogueó en el desembarco de Alhucemas; hablamos de un tiempo opresivo y sinsentido que Kafka llevaría hasta los últimos fuegos narrativos con su obra póstuma titulada El proceso, un relato donde la incertidumbre se convierte en pesadilla burocrática. La gramática oculta de la realidad no tardaría en manifestarse.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.
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